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Equipo – Página 2 – Barcelona Photobloggers

Notas sobre gestión de color (IV): RAW, ProPhoto y más allá

¿Listos para un último capítulo de las aventuras y desventuras del color?

Cerré la tercera parte promocionando el uso de Adobe RGB o sRGB según la finalidad a la que queramos destinar las fotografías, y advirtiendo que todas mis explicaciones presuponían que el lector utiliza el formato JPG para sus fotos. Sin embargo, como sabréis todos los que usáis una réflex digital, también es posible guardar las imágenes en formato RAW (o en RAW y JPG simultáneamente).

La ventaja obvia del formato RAW es que es un archivo con mucha más información. No sabría explicarlo resumidamente, pero me imagino un saco más lleno de ceros y unos. Si un archivo JPG utiliza tres canales de color (RGB) y para cada uno de ellos puede especificar 256 valores, un archivo RAW tiene más de 65.000 valores posibles por cada canal. Si hacemos cuentas… un archivo JPG de 8 bits puede representar 16,7 millones de colores, pero un archivo RAW, con sus 16 bits, puede representar más de 280 trillones de colores. Interesante, ¿verdad?

En realidad no es del todo cierto. La mayoría de chips de los sensores actuales no son capaces de capturar 16 bits, sino que capturan 12 o 14 bits. Pero aun así, sigue siendo mucha información. En cualquier caso, Photoshop ofrece dos modos de gestionar los archivos de imagen: el modo 8 bits y el modo 16 bits (menú Imagen –> Modo). El razonamiento subsiguiente es que podríamos abrir un archivo RAW en Photoshop aprovechando esos 16 bits de profundidad.

Cuando abrimos el archivo RAW en CameraRaw (Photoshop), podemos especificar la profundidad de color y el espacio de color deseado:

RAW

Y si volvemos al concepto de los espacios de color, recordaremos que Adobe RGB es más amplio que sRGB… y ahí es donde entra en juego el formato RAW. Podríamos abrir un archivo RAW aprovechando los 16 bits en el espacio de color Adobe RGB. El espacio «vacío» que quedaba entre tono y tono de color en un archivo JPG estará «relleno» de datos gracias a los 16 bits del archivo RAW. Dicho de otro modo, si queremos aprovechar la amplitud de Adobe RGB, vale la pena hacerlo con archivos de 16 bits, ya que nos darán un mayor margen de maniobra para editar las imágenes sin problemas de posterización ni bandas y para reproducir múltiples tonos y matices intermedios.

Si aplico el mismo ajuste de niveles a una imagen en JPG y después a su equivalente en RAW, el histograma del JPG nos muestra «cortes» de información perdida, mientras que el histograma del RAW sigue teniendo datos de sobra:

Levels 8 bit

Sin embargo, ahí no termina todo: existe otro espacio de color del que no he hablado hasta ahora. Se llama ProPhoto, y es monstruoso. Es increíblemente amplio; tan amplio que abarca colores que el ojo humano no es capaz de ver. Esa es la mala noticia. La buena noticia es que es tan grande que abarca prácticamente todos los colores que el sensor de la cámara es capaz de captar. ¿Qué significa eso? Que si tenemos los medios para reproducir esos colores (principalmente en forma impresa), el uso de ProPhoto nos ofrece una paleta aún más extensa. Pero no sólo eso: nos garantiza un margen de maniobra aún mayor para manipular las imágenes. Ojo, también significa que los resultados pueden parecer horribles cuando se llegan a usar esos colores invisibles para el ojo humano (e irreproducibles por la mayoría de medios), por lo que es un espacio de color que hay que usar con cautela.

RAW

Recordemos que ProPhoto fue creado pensando en esos 16 bits de color, por lo que no tendría ningún sentido procesar una imagen JPG de 8 bits en el espacio de color ProPhoto -los «saltos» vacíos entre colores serían tan evidentes que la imagen rápidamente quedaría llena de bandas y efectos de posterización. Hoy en día, el uso de ProPhoto puede parecer como llevar una prenda dos tallas grande, ya que las gamas de color que pueden reproducir los medios a nuestro alcance son relativamente reducidas. Sin embargo, eso no significa que en el futuro la tecnología no avance lo suficiente como para poder reproducir todos esos colores en pantalla o en forma impresa.

En cualquier caso, lo interesante de disparar en formato RAW es que la información está ahí, pero no tenemos por qué usarla si no queremos. Cuando abrimos el archivo RAW podemos elegir si queremos hacerlo en modo 8 bits o 16 bits, con sRGB, Adobe RGB o ProPhoto (por eso decía en el primer capítulo que es irrelevante la selección de un espacio de color en la cámara si usamos archivos RAW; el perfil elegido solamente se incrustará en los archivos JPG).

Una vez dicho todo esto, debo recordar que si tu objetivo es publicar las fotos en Internet, tal como están las cosas tendrás que terminar aterrizando en sRGB. No importa si disparas JPG o RAW, o si editas tus fotos en Adobe RGB. Para publicarlas en la red hay que limitarse al mínimo común denominador, que por ahora es sRGB (recuerda, en Photoshop, el último paso es Editar –> Convertir a perfil).

La otra mala noticia es que los monitores actuales son bastante limitados en lo que se refiere a gama de colores reproducibles. Como ya dije el otro día, la gran mayoría apenas cubre el espectro de sRGB. En el mejor de los casos, pueden cubrir todo el espectro de Adobe RGB, pero estamos hablando de monitores muy caros (sobre los 6.000 euros). Me imagino que la tecnología irá evolucionando, pero no puedo dejar de preguntarme entonces qué sentido tiene trabajar con tantos bits de información y espacios de color tan maravillosamente amplios si el dispositivo que usamos como interfaz, el monitor, no puede estar a la altura. ¿Cómo puede ser que tengamos que ir a ciegas con el aparato que se supone es nuestros ojos para presentar la información digital? Naturalmente, que el monitor no pueda reproducir un determinado color no significa que esa información no esté ahí (y con ello volvemos sobre la paradoja de estar realmente viendo lo que creemos ver); si está bien ajustado y calibrado, el monitor siempre hará lo posible por mostrar el color más parecido a aquel que no puede representar.

En definitiva, mi conclusión en materia de gestión de color es que no es una ciencia exacta. Por mucho que intentemos tener bajo control las distintas representaciones del color de una imagen, éstas siempre variarán -en mayor o menor medida- en función del dispositivo de salida (monitor, impresora). Pero no por ello el tema es menos interesante. Si queréis más información, sólo tenéis que buscar las palabras mágicas en Google -seguro que encontraréis a otra gente que lo entiende y lo sabe explicar mucho mejor que yo.

Notas sobre gestión de color (III): sRGB vs RGB

Ya hemos dicho que la diferencia entre los dos espacios de color independientes de dispositivo, sRGB y Adobe RGB, es que uno es más amplio que el otro. Adobe RGB abarca una gama más amplia de colores, aunque no tiene más colores que sRGB. Entonces, ¿con cuál hay que quedarse? Depende de para qué lo vayamos a usar, y en qué contexto.

Supongamos que tengo una cámara réflex y guardo mis imágenes en formato JPG con el espacio de color Adobe RGB. Voy a Photoshop (en el que he configurado Adobe RGB como espacio de trabajo) y abro una imagen. La edito y la dejo a mi gusto aprovechando la amplitud de la gama de Adobe RGB. Soy feliz. Bien. Voy a publicarla en mi fotolog, y para ello uso el comando Archivo –> Guardar para Web. ¡Horror! Resulta que ese verde tan fantástico y saturado de las hojas de los árboles ha quedado apagado y feo. Cuando quiero guardar para Web desde Photoshop, parece que los colores de las imágenes cambian. ¿Por qué?

Porque resulta que Photoshop es un programa muy listo, consciente del color (color aware), mientras que Windows, y por extensión los navegadores, son muy tontos y no son conscientes del color. Dicho de otro modo: Photoshop es capaz de interpretar los valores de color de cada foto según su perfil de color incrustado -esa «chuleta» de la que hablé anteriormente. Photoshop abre una imagen, mira su perfil de color y dice: «bien, esta imagen está en el espacio de color Adobe RGB», y nos muestra los colores que realmente tiene. Sin embargo, un navegador (no importa si es Explorer, Firefox u Opera) no tiene esa capacidad.

Ergo mi fantástica imagen en Adobe RGB no será interpretada por el navegador de ninguna forma: se mostrará en el espacio de color propio del monitor. Dado que la misma combinación numérica de rojo, verde y azul equivale a dos tonos de color distintos en Adobe RGB y en el espacio de color del monitor, los colores que vemos en pantalla no serán los mismos. La consecuencia es que si guardamos una imagen Adobe RGB tal cual, y la publicamos en Internet, quedará con unos colores apagados -cuando en realidad sus colores son mucho más vivos. Los valores numéricos subyacentes de la imagen son los correctos para Adobe RGB, pero el intérprete (el navegador) que la muestra no sabe hablar ese idioma.

La única excepción a esta regla es Safari para Mac, un navegador color-aware que interpreta correctamente los perfiles incrustados en las imágenes. Existe una versión beta de Safari para Windows que también gestiona correctamente perfiles ICC.

Solución: muy sencillo. Antes de guardar la imagen para Web, hay un último paso necesario. Debemos convertir el perfil de la imagen a sRGB. Desde Photoshop CS2, vamos a Editar –> Convertir a perfil y seleccionamos como perfil de destino sRGB. Como rendering intent suele utilizarse el relativo colorimétrico.

Convert to profile

En realidad, lo que hace esta opción es cambiar los datos de la imagen a fin de que tenga el aspecto más similar posible en el espacio de destino al que tenía en el espacio de color de origen.

sRGB es realmente una especie de mínimo-mínimo común denominador, que permite que -más o menos- nuestras imágenes se vean igual en cualquier navegador y en cualquier monitor, aunque no estemos dentro de un software «consciente del color». ¿Por qué? Porque (atención, esta es buena) resulta que los espacios de color de los monitores suelen ser muy similares al espacio de color sRGB. sRGB abarca grosso modo la misma gama de colores que pueden representar la mayoría de monitores, por lo que compartir imágenes en la Web en sRGB viene a ser una apuesta segura.

Entonces, para publicar imágenes en Internet no parece tener mucho sentido usar Adobe RGB, ya que de todos modos, al final del proceso, tendremos que convertir los datos a sRGB. A priori, pues, puede parecer mucho más cómodo trabajar siempre en sRGB, desde la propia cámara, pasando por Photoshop y hasta el navegador.

Sin embargo, esta afirmación tampoco es del todo cierta. Sabemos que Adobe RGB es un espacio más amplio (aunque no tenga más colores), por lo que si guardamos las imágenes de la cámara en Adobe RGB siempre partiremos de un «negativo» con más gama de colores posibles. El sensor de la cámara puede captar una gama amplísima de colores, y no parece muy lógico pedirle que tire la mitad de información a la basura. Siempre estamos a tiempo de reducir esa gama en el último momento para publicar la foto en Internet, mientras que no es posible realizar la conversión a la inversa. Si la imagen de partida es sRGB, nunca podrá abarcar esos colores de más que ofrece Adobe RGB, aunque convirtamos su perfil a posteriori, porque esa información no existe en el archivo de partida. Como dice un dicho catalán: «d’on no n’hi ha, no en raja«. Es decir, si partimos de una imagen sRGB, nos estamos limitando desde el principio… ¿pero para qué nos servirá Adobe RGB si en Internet nunca podremos usarlo?

Recordemos que se pueden hacer otras cosas con las fotos además de publicarlas en Internet. ¿O es que ya nadie piensa en las copias? Podemos imprimir nuestras fotos en nuestra impresora casera. Y la buena noticia es que la mayoría de impresoras de inyección de tinta SÍ pueden representar una gama de colores más amplia que sRGB. En ese caso, si partimos de una imagen en Adobe RGB, en la copia impresa podremos reproducir una gama de colores más intensos, más vivos y más saturados de los que nunca veremos en pantalla. Conclusión: si quieres imprimir tus fotos con una impresora doméstica, es más recomendable utilizar Adobe RGB. [La gestión de color para la impresión es otro tema aparte, del que también puedo hablar si alguien está interesado].

Ahora bien, hay un pero: a raíz del boom de la fotografía digital, la mayoría de laboratorios fotográficos trabajan única y exclusivamente con imágenes sRGB. Si vas a llevar tus fotos al Corte Inglés, a Fotoprix o al Carrefour… mejor usa sRGB. La excepción son las grandes imprentas offset u otros sistemas de reproducción, que sí trabajan con Adobe RGB -o CMYK.

Conclusión resumida:

  • Si no quieres complicarte la vida, ni comprar un sistema de calibración de tu monitor, y sólo pretendes usar tus fotos en Internet (o imprimirlas en laboratorios), utiliza sRGB. Es un mínimo-mínimo común denominador que te asegura que lo que veas en tu monitor, lo que vean los demás en sus respectivos monitores, y lo que te devuelvan impreso en el laboratorio tendrá -más o menos- el mismo aspecto.
  • Si quieres tener un mayor control lo que ves en todo momento, si ya te has animado a calibrar tu monitor, y además de publicar tus fotos en Internet quieres imprimirlas -ya sea en laboratorios o en casa-, utiliza Adobe RGB. Con Adobe RGB partirás siempre de una gama de colores más amplia, y no te perderás nada. Siempre estás a tiempo de convertir el perfil de la imagen a sRGB en función del uso que quieras darle.

Para todas estas explicaciones parto de la premisa de que estarás trabajando con archivos JPG directamente sacados de la cámara; es decir, estarás manejando archivos de 8 bits, con un máximo de 16.7 millones de colores. Pero el uso de Adobe RGB como espacio de trabajo presenta otra ventaja cuando lo combinamos con un gran invento: el formato RAW. Aunque el espacio de color Adobe RGB no nos ofrezca más colores que sRGB, el formato RAW sí que nos ofrece más colores: tendremos 16 bits en lugar de 8 bits de información, por lo que se rellenarán esos «saltos» de un color a otro en ese espacio más amplio de Adobe RGB. Pero de eso me ocuparé en el próximo capítulo…

Notas sobre gestión de color (II): espacios

El otro día hablé de la importancia de perfilar el monitor para controlar el aspecto de las imágenes, y hoy pretendo ahondar en la definición de perfil de color, espacio de color y modelo de color.

Veámoslos de mayor a menor: todos nuestros aparatejos electrónicos (el escáner, el ordenador, la cámara…) se basan en el conocido sistema de combinar valores de rojo, verde y azul (red, green y blue, de ahí RGB) para crear todo el espectro de colores posibles. Es decir, todos hablan un mismo idioma: se basan en el modelo de color RGB. Ahora bien, cada uno tiene su propio espacio de color. Un espacio de color es una instancia del modelo de color que define los colores concretos que obtendremos por cada combinación numérica de rojo, verde y azul; asigna a cada color concreto un valor concreto, por ejemplo: R:255 G:255 B:0 es amarillo. Un perfil de color viene a ser como una «chuleta» que el ordenador utiliza para interpretar cada espacio de color (obviaré la forma en que lo hace porque ni yo acabo de entenderlo).

Lo interesante de los espacios de color es que cada dispositivo tiene el suyo propio. Así, cada monitor tiene un espacio de color único, lo mismo que cada escáner o cada impresora. Perfilar el monitor, pues, no es otra cosa que crear una chuleta que le dice al ordenador lo que necesita saber sobre el espacio de color del monitor en cuestión. Todos los perfiles se crean conforme a una especificación del International Color Consortium o ICC -de ahí que se les conozca como perfiles ICC. Sin embargo, existen otros espacios de color que son independientes del dispositivo, y probablemente los dos más conocidos son Adobe RGB y sRGB. Estos espacios independientes de dispositivo se utilizan a modo de mínimo común denominador para que todos podamos ver lo mismo. Me explico: dado que mi monitor y tu monitor tienen espacios de color diferentes, veríamos la misma imagen de forma distinta. Sin embargo, si la imagen tiene asociado un perfil de color basado en un espacio de color «universal» (como sRGB o RGB), aunque ambos veamos la misma imagen a través de dispositivos distintos, los valores del color se interpretarán igual.

Cualquier archivo JPG que utilice como espacio de color Adobe RGB o sRGB se basa en el modo de 8 bits, por el que cada tono de color se define mediante un valor comprendido entre 0 y 255 para el rojo, otro para el verde, y otro para el azul. Al multiplicarlos por cada canal (256 x 256 x 256) se obtienen 16.7 millones de colores posibles. Dicho de otro modo: tanto Adobe RGB como sRGB permiten representar 16.7 millones de colores; ni uno más, ni uno menos. Los valores numéricos que utilizan para representar los colores son exactamente los mismos. Y bien, ¿qué diferencia hay entre ambos? Pues que uno es más amplio que el otro: RGB es más amplio que sRGB. Es un concepto que a primera vista me costó comprender, pero creo que no hay otra forma de decirlo. Y para muestra, un botón:

rgb vs. srgb

La «masa» de color más pequeña es el espacio de color sRGB, mientras que la masa gris que la envuelve es el espacio de color Adobe RGB 98.

Sin embargo, y esto es importante, hay que recordar que aunque Adobe RGB es más amplio, no tiene más colores que sRGB. Ambos espacios pueden representar 16.7 millones de colores, sólo que Adobe RGB puede representar una gama más amplia de verdes, azules o rojos. Ergo el espacio entre cada tono de color es mayor en RGB que sRGB, por lo que hay «saltos» más grandes de un tono a otro. Supongamos que sRGB pueda representar 6 tonos diferentes de naranja. Adobe RGB sólo podrá representar 3 tonos de naranja, pero a cambio llegará a 3 tonos de rojo que no existen en sRGB. Si volvemos a la explicación numérica, quizás resulte más sencillo de entender: la misma combinación numérica equivaldrá a un color diferente en RGB o sRGB.

Por ese motivo, porque RGB abarca una gama más amplia de colores (y en consecuencia ofrece un mayor margen de maniobra a la hora de editar las imágenes), se suele recomendar utilizar Adobe RGB como espacio de trabajo en Photoshop. Para hacerlo, deberemos acceder a Edit –> Color Settings:

Photoshop working space

Pero atención, de nada nos sirve usar Adobe RGB como espacio de trabajo en Photoshop si las imágenes que saca nuestra cámara no usan el mismo espacio de color. Todos aquellos que usamos una réflex digital tenemos la posibilidad de determinar en la propia cámara el espacio de color que queremos asignar a las imágenes que disparamos. La mayoría de modelos ofrecen una opción de menú para especificar el espacio de color, aunque únicamente afecta a las imágenes en formato JPG.

Esto es importante, ya que al disparar en RAW no es relevante la selección del espacio de color en la cámara. Dado que RAW es el formato «crudo» de la cámara, podemos asignar libremente el espacio de color al abrir el archivo en el programa conversor de RAW. Volveré sobre esto en un futuro capítulo…

Recapitulemos los aspectos prácticos:

  • Cada imagen que sale de la cámara lleva incrustado un perfil de color, que puede ser sRGB o Adobe RGB. En las compactas digitales suele ser siempre sRGB, sin posibilidad de cambiarlo. En las réflex, podemos elegir.
  • Si guardamos nuestras fotos de la cámara como Adobe RGB, el espacio de trabajo (working space) más adecuado para Photoshop es Adobe RGB. Si sólo manejamos imágenes sRGB, podemos usar sRGB como espacio de trabajo.
  • Photoshop working space

  • Si utilizamos diferentes cámaras o diferentes fuentes de entrada de imágenes (escáner), para asegurarnos de respetar los perfiles incrustados de cada imagen, en la sección Color Management Policies, elegiremos Preserve Embedded Profiles. De este modo se respetará el espacio de color de cada imagen independientemente del espacio de trabajo elegido.

La consecuencia negativa de la amplitud del espacio Adobe RGB (siempre que nos mantengamos en el terreno de los archivos JPG de 8 bits) es que, si aplicamos cambios fuertes a una imagen Adobe RGB al editarla, es posible que aparezcan problemas de bandas o posterización (porque Adobe RGB no puede representar tantos tonos intermedios como sRGB). Por su parte, dado que el espacio sRGB está más comprimido, ofrece una mayor gama de matices dentro de su limitación. Entonces, ¿cuál es mejor? ¿sRGB o Adobe RGB? ¿Qué consecuencias tiene el uso de uno u otro para publicar imágenes en Internet o para imprimir copias? La respuesta, en una próxima entrega.

Notas sobre gestión de color (I): perfilando perfiles

A petición de David, con este post inauguro lo que pretende ser una pequeña serie de anotaciones sobre el magnífico y apasionante tema de la gestión de color. Es decir, sobre espacios de color, perfiles, monitores, cámaras, y por qué a veces no vemos lo que supuestamente creemos que vemos.

Vaya por delante que me he pasado horas leyendo sobre el tema, y cuanto más sé, menos lo entiendo. Así que mi propósito es intentar ofrecer cuatro pinceladas teóricas (esperando no decir ninguna burrada), pero ante todo, ofrecer algunos consejos prácticos. Resumiendo, os recomiendo que hagáis lo que yo: no intentéis entenderlo, basta con creerlo y punto.

Y dicho esto, pasemos al tema de hoy: el de la calibración y el perfilado del monitor.

Antes de ni siquiera intentar esbozar ningún concepto sobre espacios de color o rendering intents, es primordial que cumplamos un paso previo: el monitor tiene que estar mínimamente en condiciones, para estar seguros de que estamos viendo lo que creemos ver. Si el monitor no está calibrado y perfilado, es posible que el día que veamos una foto en otro monitor que no sea el nuestro quedemos horrorizados: esa foto en blanco y negro que nos parecía muy contrastada resulta ser gris y apagada. O, lo que es peor, un rojo que creíamos profundo carmesí resulta ser rosa.

Un monitor, tal como viene de fábrica, está ajustado para reproducir los colores de la forma más fiel posible -aunque nunca lo hace a la perfección. Además, con el tiempo va «perdiendo facultades», y puede desviarse mucho de los ajustes originales.

Imaginemos que la imagen que nos muestra nuestro monitor tiende hacia el verde; pero no lo veremos, porque el monitor está mal calibrado. A nosotros nos puede parecer que los tonos verdes están más bien apagados. Para darle más vida a la imagen, ajustaremos el color de la misma para que el verde sea más intenso, hasta que en nuestro monitor nos parezca perfecto. Sin embargo, cuando enviemos esa misma imagen a un compañero que tenga un monitor bien calibrado, ese fantástico verde le parecerá horrendamente hipersaturado. El motivo es que los errores en la calibración de nuestro monitor enmascaran los verdaderos problemas de color de la imagen.

Para salir de la ignorancia, deberemos calibrar y perfilar el monitor.

    • Calibrar un monitor es el primer paso en la buena dirección: consiste en ajustar los valores de brillo, contraste y temperatura del color usando los botones del monitor, a fin de lograr ver un blanco puro y un negro puro, y todos los estadios intermedios entre ambos. Al calibrar el monitor, lo que hacemos es ajustarlo a un determinado estado de funcionamiento.
  • Para realizar una calibración sencilla del monitor se puede recurrir a pequeñas utilidades como esta. Sin embargo, con eso no es suficiente. Si lo que queremos es contrarrestar esa pérdida de facultades y estar seguros de que el color que vemos es el color real, debemos crear un perfil para ese dispositivo que le indique al ordenador las capacidades del monitor.

    • Perfilar un monitor consiste en utilizar un pequeño aparato llamado colorímetro que se coloca en la pantalla, y lee el color que reproduce el monitor. El software del colorímetro se encarga de medir todos los valores característicos de reproducción del color de ese monitor en concreto, y al terminar crea un perfil ICC (un pequeño archivo que se guarda en el sistema operativo). En definitiva, el perfil del monitor son como unas gafas, que indican fielmente cuáles son las capacidades del monitor y compensan su forma de responder al color.
  • Existen varios packs en el mercado de colorímetros sencillos, cuyo precio ronda los 200 euros. Más información en las webs de los fabricantes respectivos: Gretag MacBeth, X-Rite.

    Otra solución a medio camino es usar Adobe Gamma, que viene con Photoshop. Es una pequeña aplicación que hace las veces de calibrador, aunque sin un colorímetro -su funcionamiento se basa en el «ojo» del usuario. Más información sobre Adobe Gamma en español aquí.

    Cuando hayamos creado un perfil para el monitor, podremos estar seguros de que si vemos un rojo carmesí, será rojo carmesí; tendremos unas flamantes gafas invisibles que nos garantizan que el monitor nos está enseñando el color que dice enseñarnos. Moraleja: si quieres adentrarte en la gestión de color para poder imprimir fotos o publicarlas en la Web con unas mínimas garantías sin tener que ir a ciegas, calibra y perfila tu monitor. Sólo entonces podrás pisar tierra firme cuando hablemos de sRGB, RGB, ProPhoto o RAW.

    Este principio de los perfiles también es aplicable a otros dispositivos de entrada y salida, como los escáners o impresoras. De hecho, la mayoría de estos dispositivos suelen incluir perfiles de color, que pueden simplificar mucho la interacción entre ellos. Si tenemos el monitor perfilado, el hecho de contar también con los perfiles de distintos papeles para una impresora doméstica, por ejemplo, nos puede ayudar a emular en pantalla el resultado impreso utilizando un software color aware («consciente del color»), como es el caso de Photoshop. Pero me temo que eso es otro capítulo…

    Polvos pinos

    No sé hasta qué punto la expresión «polvos pinos» os dirá algo, pero me pareció un buen título para hablar del horrible tema del polvo en el sensor de las réflex digitales.

    Es un factor que cualquiera que se plantee cambiar su compacta digital por una réflex debería tener en cuenta: pasadas unas semanas, o unos pocos meses, las imágenes se llenan de motitas negras, que no son otra cosa que motas de polvo que se ha colocado sobre el sensor de la cámara. Es lógico, ya que las cámaras réflex usan objetivos intercambiables y el sensor, más o menos resguardado por el espejo, está expuesto al aire.

    Pero vayamos al grano, que es lo que interesa: a no ser que uno opte por una cámara de la casa Olympus (que parece haber solucionado el tema con su Supersonic Wave Filter), principalmente hay dos métodos posibles para limpiarlo. Uno es el conocido como método «húmedo» o Copperhill method, para el que se utiliza un aplicador y un líquido limpiador, y el otro es el método «seco», utilizando un pincel con una pequeña carga estática. Ambos están muy bien documentados (véase esta página con amplia información sobre todos los métodos de limpieza disponibles) y cada uno tiene sus pros y sus contras.

    Si tenéis una mínima idea de inglés, os recomiendo que leáis la información de cualquiera de estos vínculos porque puede ser muy explicativa. Por mi parte, después de leer este artículo, coincido con el autor en que una combinación de ambos métodos puede acercarse a la solución ideal. El método seco es muy efectivo para motas de polvo normales; es limpio, rápido y no hay que ejercer ninguna presión sobre el sensor -pero siempre se utiliza el mismo cepillo. A su vez, el método húmedo, al usar un líquido (suele ser Eclipse) permite «barrer» la suciedad más difícil, motas de polen o manchas de grasa; aunque para usar el aplicador es necesario ejercer cierta presión sobre el sensor, y siempre está el peligro de verter demasiado líquido. De los dos, el del pincel es el que me parece más «tranquilizador», pero en ningún caso me ahorro un pequeño ataque de taquicardia cuando tengo que ponerme manos a la obra.

    ¿Y los demás, qué opináis? Os animo a hablar en los comentarios sobre el método que usa cada uno para mantener su sensor como los chorros del oro (siempre quise decir esto). Y si tenéis algún truco… ¡que rule!

    Descentrables en Photoshop

    Los que sigan la actualidad de la fotoblogosfera, seguro que estos últimos días han oido hablar de un curioso tutorial que explica cómo imitar el efecto de un objetivo descentrable en Photoshop.

    (c) Christopher PhinUna breve acotación para los que no conozcan los objetivos descentrables: dícese de aquellas lentes que permiten una serie de movimientos con respecto a su propio eje para reproducir los movimientos de las cámaras de gran formato. En inglés se suelen denominar lentes tilt & shift, por los dos tipos de movimientos más comunes: inclinación y descentrado. También se las conoce como lentes de control de la perspectiva por su amplio uso en fotografía de arquitectura para corregir el efecto de convergencia de las líneas (mediante el movimiento de descentrado o shift). Si el movimiento que se aplica es el de tilt o inclinación, se puede lograr tener un control casi absoluto sobre la profundidad de campo al mover los tres planos del principio de Scheimpflug. Fin de la acotación -espero no haber metido la pata.

    A pesar de su gran potencial, el principal inconveniente de este tipo de objetivos (sí amigos, lo han adivinado) es su precio. Canon tiene tres modelos (uno de 24, otro de 45 y otro de 90 mm, respectivamente) y todos superan los 1.000 euros. Las tan promocionadas lensbabies vienen a ser una lente descentrable «a lo bruto», con control manual y por poco más de 100€. Hay algún otro tutorial por la red que explica cómo transformar objetivos normales «a lo lensbaby», como este de Digihack o este de John -alias orbit1.com.

    Pero a lo que iba: la aparición del antedicho tutorial sobre cómo imitar el efecto de este tipo de lentes en Photoshop ha provocado que muchos se lancen a probarlo (yo todavía no he tenido el gusto) y que aparezcan cientos y cientos de imágenes con la misma técnica en muchos fotoblogs. Lo divertido del asunto es que permite que imágenes de paisajes (preferentemente tomadas desde un ángulo alto) parezcan miniaturas, al dejar sólo enfocada una pequeña parte de la imagen. El artículo se anunció en Boing Boing e incluso hay un grupo de flickr dedicado al tema. Y con los seguidores… llegaron también los detractores.

    La cuestión ha suscitado controversia y debates más o menos acalorados entre los partidarios de la fotografía «de verdad», de lo analógico, del gran formato; de aprender haciendo experimentos en la vida real; y los partidarios de lanzarse a la última moda y explotarlo hasta la saciedad -no es más que otro truquillo de Photoshop. A mí, personalmente, me parece algo grande. Me parece fantástico que existan estos trucos (como también los hay para imitar el «efecto lomo», para virar una imagen o imitar un aspecto antiguo, o cualquier otra cosa), y me parece aún más fantástico que la gente los comparta en Internet.

    Leí algún comentario de alguien que, sabiamente, decía que no hay para tanto. Que efectivamente es un coñazo que todo el mundo se ponga a imitar lo mismo, todos de golpe; y que de algún modo desmerece a lo auténtico. Pero que, al fin y al cabo, cualquier cosa deriva de otra anterior, y que estas modas terminan convirtiéndose en peldaños de una escalera infinita -la que subimos y bajamos los que nos gusta la fotografía. Yo también me lo pasé (y me lo paso) en grande probando técnicas varias, y me imagino que forman parte de un proceso de aprendizaje y de búsqueda de un estilo propio; es como quien aprende a hablar, que tiene que practicar palabreja a palabreja. Vaya por delante que a mí me encanta todo lo analógico, y el gran formato, y el medio, y los procesos invertidos y cruzados y todo lo demás. De todos modos, si en algo estoy de acuerdo es que no creo que la cámara (o la técnica, o el Photoshop) haga al fotógrafo.