A petición de David, con este post inauguro lo que pretende ser una pequeña serie de anotaciones sobre el magnífico y apasionante tema de la gestión de color. Es decir, sobre espacios de color, perfiles, monitores, cámaras, y por qué a veces no vemos lo que supuestamente creemos que vemos.
Vaya por delante que me he pasado horas leyendo sobre el tema, y cuanto más sé, menos lo entiendo. Así que mi propósito es intentar ofrecer cuatro pinceladas teóricas (esperando no decir ninguna burrada), pero ante todo, ofrecer algunos consejos prácticos. Resumiendo, os recomiendo que hagáis lo que yo: no intentéis entenderlo, basta con creerlo y punto.
Y dicho esto, pasemos al tema de hoy: el de la calibración y el perfilado del monitor.
Antes de ni siquiera intentar esbozar ningún concepto sobre espacios de color o rendering intents, es primordial que cumplamos un paso previo: el monitor tiene que estar mínimamente en condiciones, para estar seguros de que estamos viendo lo que creemos ver. Si el monitor no está calibrado y perfilado, es posible que el día que veamos una foto en otro monitor que no sea el nuestro quedemos horrorizados: esa foto en blanco y negro que nos parecía muy contrastada resulta ser gris y apagada. O, lo que es peor, un rojo que creíamos profundo carmesí resulta ser rosa.
Un monitor, tal como viene de fábrica, está ajustado para reproducir los colores de la forma más fiel posible -aunque nunca lo hace a la perfección. Además, con el tiempo va “perdiendo facultades”, y puede desviarse mucho de los ajustes originales.
Imaginemos que la imagen que nos muestra nuestro monitor tiende hacia el verde; pero no lo veremos, porque el monitor está mal calibrado. A nosotros nos puede parecer que los tonos verdes están más bien apagados. Para darle más vida a la imagen, ajustaremos el color de la misma para que el verde sea más intenso, hasta que en nuestro monitor nos parezca perfecto. Sin embargo, cuando enviemos esa misma imagen a un compañero que tenga un monitor bien calibrado, ese fantástico verde le parecerá horrendamente hipersaturado. El motivo es que los errores en la calibración de nuestro monitor enmascaran los verdaderos problemas de color de la imagen.
Para salir de la ignorancia, deberemos calibrar y perfilar el monitor.
- Calibrar un monitor es el primer paso en la buena dirección: consiste en ajustar los valores de brillo, contraste y temperatura del color usando los botones del monitor, a fin de lograr ver un blanco puro y un negro puro, y todos los estadios intermedios entre ambos. Al calibrar el monitor, lo que hacemos es ajustarlo a un determinado estado de funcionamiento.
Para realizar una calibración sencilla del monitor se puede recurrir a pequeñas utilidades como esta. Sin embargo, con eso no es suficiente. Si lo que queremos es contrarrestar esa pérdida de facultades y estar seguros de que el color que vemos es el color real, debemos crear un perfil para ese dispositivo que le indique al ordenador las capacidades del monitor.
- Perfilar un monitor consiste en utilizar un pequeño aparato llamado colorímetro que se coloca en la pantalla, y lee el color que reproduce el monitor. El software del colorímetro se encarga de medir todos los valores característicos de reproducción del color de ese monitor en concreto, y al terminar crea un perfil ICC (un pequeño archivo que se guarda en el sistema operativo). En definitiva, el perfil del monitor son como unas gafas, que indican fielmente cuáles son las capacidades del monitor y compensan su forma de responder al color.
Existen varios packs en el mercado de colorímetros sencillos, cuyo precio ronda los 200 euros. Más información en las webs de los fabricantes respectivos: Gretag MacBeth, X-Rite.
Otra solución a medio camino es usar Adobe Gamma, que viene con Photoshop. Es una pequeña aplicación que hace las veces de calibrador, aunque sin un colorímetro -su funcionamiento se basa en el “ojo” del usuario. Más información sobre Adobe Gamma en español aquí.
Cuando hayamos creado un perfil para el monitor, podremos estar seguros de que si vemos un rojo carmesí, será rojo carmesí; tendremos unas flamantes gafas invisibles que nos garantizan que el monitor nos está enseñando el color que dice enseñarnos. Moraleja: si quieres adentrarte en la gestión de color para poder imprimir fotos o publicarlas en la Web con unas mínimas garantías sin tener que ir a ciegas, calibra y perfila tu monitor. Sólo entonces podrás pisar tierra firme cuando hablemos de sRGB, RGB, ProPhoto o RAW.
Este principio de los perfiles también es aplicable a otros dispositivos de entrada y salida, como los escáners o impresoras. De hecho, la mayoría de estos dispositivos suelen incluir perfiles de color, que pueden simplificar mucho la interacción entre ellos. Si tenemos el monitor perfilado, el hecho de contar también con los perfiles de distintos papeles para una impresora doméstica, por ejemplo, nos puede ayudar a emular en pantalla el resultado impreso utilizando un software color aware (“consciente del color”), como es el caso de Photoshop. Pero me temo que eso es otro capítulo…